jueves, 28 de enero de 2010

Leyenda del 5 de mayo

Alrededor de la batalla del cinco de mayo hay muchas historias, esta es una de ellas.

Durante el prolongado sitio que sufrió la ciudad de Puebla en 1863, apareció en el populoso barrio del Carmen esta leyenda. El antes mencionado barrio era el límite entre los franceses y mexicanos, los sitiadores ocupaban la iglesia, huerta y cementerio de los carmelitas.

Cerca de la antigua calle de capuchinas se encontraba una modesta fonda atendida por una mujer que daba de comer por pocos reales. Lo que extrañaba a las personas es que servían carne, la cual escaseaba por la guerra y no se podía encontrar en otros lados.

Incluso los generales iban a esa fondita a comer, aunque tuvieran que atravesar la ciudad. Las autoridades sospechosas mandaron a vigilar a la fondera y de esa manera averiguar cómo obtenía la carne.

La vigilancia dio resultado, una noche vieron como de la casa salían la fondera y una mujer grande fuerte y morena. Las siguieron ocultos en el velo de la noche, y vieron como se dirigieron al campo enemigo cerca del cementerio del Carmen. Cada una regreso cargando un enorme bulto.

Las dos mujeres se dedicaban por la noche a asaltar y asesinar a los zuavos( soldados franceses), después llevaban su cadáver al cementerio, los descuartizaban, seleccionaban la mejor carne y enterraban el resto.

A pesar de que se les hizo un juicio consiguieron salir libres argumentando que habían matado enemigos.

Leyenda de la laguna de Aljojuca


Aljojuca es un lugar lleno de historias y leyendas localizado en la parte central del estado de Puebla. Una de esas historias habla de su laguna.

Como toda leyenda dicen que hace mucho tiempo vivía una joven mujer en ese lugar que todos los días iba a cuidar sus vacas, había una que siempre le daba problemas, ya que siempre se le perdía y regresaba con las pesuñas mojadas.

Un día de regreso a su casa pensó, mañana la seguiré para saber a dónde va. Y así a otro día ella estuvo vigilando a la vaca, cuando vio que se separaba de las demás decidió seguirla. Después de caminar un rato y detrás de unos matorrales la encontró bebiendo agua en la laguna, mañana me voy a bañar aquí dijo la niña.
Al día siguiente llego la cuidadora de vacas, se desnudó, se soltó el pelo, tomo una jícara y se echo se echo agua en la cara cerrando los ojos. Cuando los abrió estaba en medio de la laguna pues esta había crecido por eso cuentan que allí en la laguna está ella atrapada y por ese motivo se ahogan puros hombres, ya que ella los llama.

Cuentan que sólo una mujer ha muerto en ese lugar y eso fue por tratar de salvar a su novio que se estaba ahogando.

La leyenda de la Mano de Horta


Allá por el año de 1908 abundaban en la ciudad de Puebla los llamados Montepíos bajo la anuencia de las autoridades del porfiriato que reciban tajadas suculentas.

Los usureros se aprovechaban de las personas que iban a dejar sus propiedades. Joyas, muebles, vajillas, enseres de plata, relicarios, ropa y hasta juguetes fueron a parar a las arcas repletas de los millonarios.

En la calle de Merino se encontraba la Casa Comercial de los Villa, su propietario era un señor calvo, bajo y rechoncho. Tenía la peculiaridad de tener mucho vello en el cuerpo y extremidades. Este personaje había hecho una fortuna siendo administrador de un mercado. Se encargaba de un Montepío, esposa era conocida como la gangosa. Así pues el señor Villa se llamaba Horta. No se sabe si verdaderamente era su nombre o un apodo.

El odio de los poblanos con este personaje era bien conocido. Las maldiciones era encaminadas en su mayoría hacia sus manos, esto se debía a que le gustaba llevar anillos engarzados en piedras preciosas.

Obscuro y amargado era su corazón jamás se le conoció alguna obra piadosa. Qué Dios te seque la mano, decían los transeúntes al pasar frente a su negocio. Donde se veían las sombras de el y de la gangosa apilando monedas de oro sobre la mesa.

La historia comienza cuando Horta muere y esta leyenda tal vez fue inventada por la gente para ennegrecer más la memoria del avaro.

La noticia de la Mano Negra y peluda apareció por primera vez un pequeño periódico de puebla llamado el Duende. Siempre ocurría a eso de las 11 de la noche, una sombra misteriosa atravesaba los gruesos muros alrededor del cementerio de San Francisco, una mano negra y siniestra trepaba cual tarántula amenazadora con la intención de atrapar incautos.

Una vez que encuentra una víctima sube rápidamente hasta su cara, le arranca los ojos y lo estrangula. Después vuelve a su cripta para juntarse con sus restos que están ahí enterrados.

En entrevista un sepulturero juraba que la mano salía del sepulcro luciendo un gran número de anillos lujosos.

lunes, 18 de enero de 2010

Imagenes despues del terremoto en Haití

Google Earth actualizo en un solo dia las imágenes de Haiti, para ayudar en lo posible a los servicios de rescate y para que se conozca la situación después del terremoto que devasto la ciudad de Puerto Príncipe en Haití.

Se espera que con ello se puedan coordinar las operaciones de rescate y también dar visibilidad a la destrucción que ha sufrido el país.




lunes, 4 de enero de 2010

El hombre que mato al animal

Cuenta la leyenda que por aquellos años del siglo 16, vivía en la ciudad de Puebla, un hombre viudo que sólo poseía entre sus riquezas a sus dos hijos, un pequeño que rondaba los 6 años de edad, y una bella joven de nombre María que había alcanzado el clímax de la juventud desenfrenada.
En el transcurrir del tiempo, María se enamoró de un soldado que todos conocían como Juan Luis, quien le juró fidelidad absoluta, y para demostrarle su amor, una tarde el joven soldado decidió visitar al padre de María para pedirle la mano de su hija.
Éste lo recibió en su casa, y al notar su carácter afable, decidió escuchar su petición. Platicaron de un sin fin de cosas, hasta que el padre de María escuchó sobre la afición de Juan Luis por las armas; de pronto, la respuesta fue tajante, y la petición de aquel joven, le fue negada.
Por esos días en diversos rumbos de la ciudad de Puebla, apareció una gigantesca y espeluznante serpiente que paralizó a los habitantes de la pacífica localidad. Se trataba de un animal de enormes dimensiones con varios metros de largo, que abarcaba una calle entera, y que tenía una temible cabeza por la que asomaban sus filosos colmillos.

Desde su aparición, el pánico se regó como pólvora entre los moradores, quienes no salían de sus casas, no acudían a sus trabajos y los comercios permanecían cerrados, por lo que el Ayuntamiento y el virrey ofrecieron una recompensa a quien lograra capturar y acribillar a la terrible bestia, pero ningún hombre se atrevía.
Una tarde, la gigantesca serpiente se arrastró por la acera hasta llegar a una casona humilde, hecha de adobe y con agujeros por todas partes. La casa a la que había llegado era la de María, en donde su hermano de seis años se encontraba plácidamente jugueteando con los diminutos muñecos de madera que poseía.
Con ojos enfurecidos, la feroz serpiente observó al pequeñuelo, mientras que por su hocico desprendía glándulas de saliva a la vez que dejaba expulsar su prolongada y repugnante lengua. Sin dejar escapar a su presa, el gigantesco reptil se abalanzó contra el niño, quien sólo pudo responder con un gesto de pánico.
En segundos y de un solo bocado, la bestia le devoró la cabeza succionándola instantáneamente. El pequeño cuerpo de aquel inocente infante se desvaneció y el piso se inundó de sangre dejando un inmenso charco rojo.
La noticia estremeció a María y a su padre, quien abatido por tan terrible desgracia, internó a María en un convento, mientras que con los pocos bienes que aún poseía ofreció una recompensa a aquel que aniquilara a la terrible serpiente. Y aunque pocos se atrevían a enfrentarla, fracasaban en su intento. Un buen día, se apareció un jinete aguerrido con el rostro oculto por la visera de un casco llevando consigo una espada, y decidido a asesinar a la espeluznante bestia.
Algunos pobladores lo observaron desde los cristales de sus ventanas y entre gritos, clamaban su valentía. De pronto, el jinete vislumbró a la serpiente desde el lado opuesto, y corrió en su persecución; atravesó a todo galope la plaza y le dio alcance. Ante una lucha desenfrenada, un tajo certero de la espada arrancó la cabeza del reptil que en su agonía se zangoloteó con desesperación hasta que murió.
Así, este hombre fue bautizado como “el que mató al animal”, quien generosamente fue recompensado por su valentía con una modesta casa y un título de nobleza. El padre de María, al descubrir que aquel jinete que desafió y asesinó a la bestia se trataba de Juan Luis, le otorgó la mano de su hija para que llevaran a cabo el sueño de unirse en matrimonio.
La boda se celebró y los habitantes de la ciudad de Puebla pudieron recuperar nuevamente la tranquilidad. Desde entonces en Puebla, se recuerda la grandiosa hazaña del “hombre que mató al animal”.

domingo, 3 de enero de 2010

El espejo del Diablo

Dicen que en un antiguo y lejano pueblo de la sierra de Puebla, un joven caminaba por la noche con un cargamento de espejos que debía entregar en una región cercana. Sin embargo, el cansancio y el frío lo hicieron detenerse en su camino, donde encontró a un hombre viejo, quien lo invitó a sentarse junto a él en la fogata y beber un poco de aguardiente, que mitigaría su malestar y le harían recuperar las fuerzas.


Platicaron largas horas, y durante todo el tiempo, el viejo no quitaba de encima los ojos de aquellos espejos, donde él decía, vivía el diablo. La tristeza comenzaba a notarse en la mirada del hombre y el aguardiente se consumía cada vez más rápido en su interior.


El viejo le contó al vendedor de espejos, que un día, cuando se realizaban los festejos d San Miguel Arcángel, él y su mujer decidieron asistir a la celebración, sin saber que el diablo los seguía y ese día regresaría con ellos a casa.


Todo el día fue de fiesta y baile, y al regresar, por el pueblo pasaron por diversas tiendas, en las que Matilde, la esposa del viejo, vio un enorme y hermoso espejo, el cual de inmediato el hombre compró para complacer a su mujer.


El viejo notó desde el primer día, que Matilde pasaba largo tiempo frente al espejo, observando su rostro con una mirada muy especial, lo cual al hombre no le gustó. Sin embargo, la fascinación de Matilde por el espejo comenzó a aumentar, hasta que pasaba horas frente a él, peinándose y colocándose listones de colores en el cuerpo, lo cual el viejo decía era únicamente para complacer al diablo, a quien estaba seguro, su mujer le coqueteaba descaradamente.


El enojo del viejo llegó a su límite cuando observaba que mientras él y su mujer estaban en la cama, ella buscaba mirar el espejo mientras sonreía, lo cual indicaba que ella era abiertamente la amante del diablo. Así pasaron días, hasta que una noche al regresar del trabajo, el viejo descubrió a Matilde desnuda frente al espejo, acariciándolo y con una mirada llena de fuego.


La ira del viejo se desató. Tomó a Matilde del cabello y la mató en ese mismo momento, al igual que destrozó el espejo en pedazos, terminando con la tentación del diablo.


A su mujer la enterró en una cañada y volvió al pueblo diciendo que ella lo había abandonado por otro hombre y pasó siete largos años de mala suerte, los mismos que se pagan al enfrentarse el diablo en el espejo y no volvió a conocer a ninguna mujer que lo deslumbrara como lo hacia Matilde.


El joven vendedor de espejos estaba absorto en sus pensamientos mientras miraba la fogata, y al sacudirse de aquella extraña sensación, se percató que se hallaba completamente solo, en medio de una cañada, donde no había ni una casa ni un alma. Acostado sobre la tierra, contemplaba a su lado, un espejo roto donde la figura de una mujer se miraba y sonreía.

FUENTE: conectionpuebla

La calle de la calavera

En lo que actualmente es la calle 7, número 700, se vivió hace ya varios siglos una de las historias más trágicas de la ciudad.

En aquel entonces vivían en una suntuosa casa el marqués Don Juan de Ibarra, un hombre mayor de 83 años, con su esposa doña Inés Torroella, una mujer joven que al casarse con el marqués sólo tenía 23 años, y la hija de la pareja, Estrella Ibarra, una joven de gran belleza, que deslumbraba con su encantador y angelical rostro a todos los jóvenes de la capital.


Llegaba abril de 1649, cuando la ciudad se llenaba de fiesta al realizarse la consagración de la catedral, por lo que la joven participaba al igual que todos en los festejos, pero dedicaba un tiempo a rezar su rosario en el templo, sin darse cuenta que un apuesto joven la observaba.


Al mirarlo, el amor nació instantáneamente entre los dos, quienes decidieron seguirse viendo a solas durante un tiempo, a pesar de que la idea era del todo molesta para el marqués, quien le pidió a Estrella se olvidara de Alberto, su gran amor.


Estrella dejó de ver por unos días a su amado, pero al no soportar más esta separación, decidió escapar con Alberto hacia un lugar en despoblado, donde se casaron y vivieron felices, aunque esta alegría poco les duraría.


El marqués sufría en su morada la desdicha de saber que su hija lo había desobedecido y sufría alucinaciones, fiebres constantes y un dolor insoportable. Su mujer lo acompañaba en su cuarto, pero una noche, al dejarlo un momento a solas, el marqués escapó y vagando por toda la ciudad, consiguió averiguar el paradero de su hija.


Caminó y corrió hasta llegar a la puerta donde su Estrella, con el rostro pálido, quedó petrificada al verlo delante de ella. Alberto intentó tranquilizar la ira de su suegro, pero lo único que consiguió fue enfurecerlo más y que éste, lleno de rabia, lo persiguiera hasta el sótano de aquella casa, donde finalmente le clavó un puñal en el cráneo.


Doña Inés llegó momentos después, al saber de la huida de su marido, encontrando la terrible escena: su esposo moribundo, su hija paralizada y enloquecida y Alberto, muerto en el sótano, por lo que decidió llevarse a su hija de vuelta a su hogar, tratando de calmar su terrible dolor.


Una noche, en la memoria de la perturbada mente de Estrella surgió un recuerdo de su amado y de su antiguo hogar, por lo que sin dudarlo, salió corriendo hasta el lugar, donde prendió una vela y bajando hasta el sótano, encontró el cráneo de Alberto, el cual tomó en sus brazos y corrió de nuevo lanzando escalofriantes gritos de dolor, hasta caer muerta, en el umbral de la puerta.

La joven fue hallada al siguiente día, con el cráneo en brazos y desde aquel día, todos los que viven cerca de este sitio, aseguran que por las noches se escuchan los terribles gritos de Estrella que llora por su amor, y se puede ver la calavera de Alberto, brillando en lo profundo de la oscuridad.

FUENTE: connectionpuebla

El rosario de Amozoc - Puebla

Durante el periodo de Virreinato, en el municipio de Amozoc aconteció un hecho que a lo largo de la historia de México ha extrañado y conmocionado a todos quienes han escuchado el relato. En este tranquilo poblado de artesanos y gente trabajadora, vivía Alberto, líder de uno de los gremios más importantes de plateros de la región. Alberto acostumbraba a reunirse frecuentemente con sus vecinos y amigos de Amozoc para celebrar las festividades del pueblo. Sin embargo, la discordia provocada por una mujer llevó a que algunos de sus más allegados compañeros decidieran alejarse de él y formar su propio gremio.
Llegaba la época de las primeras festividades del año y los gremios acostumbraban superar sus diferencias y unirse para compartir los gastos y por unos días, celebrar en conjunto las fiestas, que ya eran toda una tradición en Amozoc. La celebración requería que días antes de la misma, cada gremio dedicara un día entero a los preparativos; que todo fuera incluido y que cada habitante del pueblo fuera informado era lo más importante para Alberto. La alegría en su rostro aumentaba cuando se veía acompañado de Catalina, una joven de gran belleza y esplendor, quien en todo Azomoc era conocida como “La Culata”. La presencia de la joven intimidaba a muchos y molestaba a otros, sobre todo a Enrique, líder del segundo gremio más importante del pueblo.

El coraje que Enrique sentía al ver a La Culata al lado de Alberto provocaba en él los sentimientos más despreciables y continuamente se lamentaba por no haber conseguido el amor de Catalina. Su odio aumentaba cada día más, hasta el grado de que ambos gremios se miraran con desprecio y evitaran a toda costa cruzar siquiera una palabra. La situación era cada vez más insoportable y decidieron hacer sus fiestas por separado, sin que ni unos ni otros intervinieran en los festejos.

Así fue, hasta que las rencillas se hacían cada vez más notables entre los gremios. Preocupados por un posible enfrentamiento, las autoridades religiosas y civiles del pueblo citaron a ambas partes a dialogar y llegar a un acuerdo justo para los grupos de Alberto y Enrique. A pesar del profundo odio que se tenían, decidieron que las próximas festividades las llevarían a cabo en conjunto, sólo por agradecimiento a su Santo Patrono
Llegó el día esperado y todo estaba listo para la fiesta. En la Iglesia se dieron cita todos los miembros de ambos gremios y gente del pueblo. La misa se celebraba con normalidad y daba paso a la letanía; fue cuando el coro comenzó a cantar “Mater Immaculata” en latín, cuando Enrique alcanzó a ver sobre sus hombros, como Catalina besaba con suavidad en la mejilla a Alberto. La ira que se produjo en el corazón de Enrique era cada vez mayor. Entre las estrofas de aquel cántico logró distinguir las palabras “maten a la Culata”, las cuales se confundían con las angelicales voces de los niños.

Sin dudarlo más, Enrique sacó el cuchillo que siempre llevaba consigo y se abalanzó sobre La Culata. Un grito seco y estremecedor se escuchó antes de que el corazón deLa Culata cayó a los pies de Alberto y éste tomó de su cinturón el machete que lo acompañaba en todo momento. Los golpes comenzaron entre ambos bandos, interrumpiendo la celebración. Niños, mujeres y hombres pelearon y muchos de ellos murieron en aquel día de fiesta. Catalina fuera atravesado con aquel frío metal.
La Culata cayó a los pies de Alberto y éste tomó de su cinturón el machete que lo acompañaba en todo momento. Los golpes comenzaron entre ambos bandos, interrumpiendo la celebración. Niños, mujeres y hombres pelearon y muchos de ellos murieron en aquel día de fiesta.


La tragedia dividió al pueblo durante muchos años y a pesar de que las diferencias entre gremios se han olvidado poco a poco, algunos de los plateros de Amozoc aseguran que por las noches, en la Iglesia del poblado se pueden escuchar los gritos de Catalina y un coro celestial que canta “maten a la Culata”.

Historia del Escudo de armas del Estado de Puebla


Por Cédula Real expedida el 20 de julio de 1538 en Valladolid, Carlos V y su madre la Reina Juana, otorgaron a Puebla un escudo de armas en el que se contempla una ciudad con cinco torres de oro asentadas sobre un campo verde y dos ángeles, uno a cada lado, vestidos de blanco, realzados de púrpura y oro asidos a la propia Ciudad.

Encima, a mano derecha hay una K y a la izquierda una V, que quieren decir "Karolus Quintus".
Las dos letras son de oro y en la parte baja de la Ciudad, bajo el campo verde, un río de agua en campo celeste y una orla en torno de dicho escudo, unas letras de oro en campo colorado que dicen: "Angelis Suis Deus de te ut custodiant te in omnibus viis tuis" ( "Dios ordenó a sus ángeles que te guardase en todos tus caminos" ). PUEBLA quiere decir población o acto de poblar, y de los Ángeles, por la devoción de los franciscanos a los santos ángeles. Fundación de Puebla Tres fueron las causas principales para la fundación de la Ciudad de Puebla. La primera consistía en que al repartirse las encomiendas del territorio de Nueva España entre los primeros colonizadores españoles y los soldados conquistadores, hubo algunos que no recibieron tierras. Para solucionar este problema se pensó en la fundación de nuevos poblados y ciudades, en donde el español trabajara sin requerir de la mano de obra indígena.

Otra causa fue que, si bien habían sido aprobadas las encomiendas fundadas en el territorio conquistado, este sistema no era bien visto por el monarca español. El tributo indígena dado al conquistador mermaba en gran parte, lo que el rey de España podría percibir si los indígenas trabajaban la tierra y entregaban el tributo directamente al rey. Por esta razón, la Corona inició su plan para combatir el sistema de encomienda. Este consistía en la fundación de nuevas ciudades y en la paulatina prohibición de las encomiendas por medio de leyes.

Finalmente, entre las ciudades de Veracruz y México no había ninguna ciudad donde los viajeros y comerciantes se detuvieran a descansar, revisar la mercancía y proveerse de lo necesario para continuar el viaje. Así, se pensó en fundar una población entre el Puerto de Veracruz y la capital de la Nueva España, en tierras que no hubieran sido otorgadas a algún español, ni que fueran posesiones de los indígenas, ni tampoco en las que hubiera algún asentamiento prehispánico.
Finalmente, entre las ciudades de Veracruz y México no había ninguna ciudad donde los viajeros y comerciantes se detuvieran a descansar, revisar la mercancía y proveerse de lo necesario para continuar el viaje. Así, se pensó en fundar una población entre el Puerto de Veracruz y la capital de la Nueva España, en tierras que no hubieran sido otorgadas a algún español, ni que fueran posesiones de los indígenas, ni tampoco en las que hubiera algún asentamiento prehispánico.

Las tres razones anteriores fueron la causa de que el gobierno de la Nueva España, desde 1530, pusiera en práctica lo planeado. Así se dieron facilidades a españoles para poblar la tierra conquistada, para que por medio de su trabajo, principalmente el agrícola, pudieran subsistir, además de generar más cultivos para la economía novohispana. Las tierras que se escogieron y que tenían las características de cultivo, fueron las situadas entre las ciudades de Tlaxcala y Cholula.
Para fundar la nueva ciudad se reunió a un grupo de españoles que no tenían posesiones y se les trasladó a un sitio entre la ladera sur de una colina, a la que se le llamó Cerro de San Cristóbal (hoy cerros de Loreto y Guadalupe), y la parte oriente del arroyo hoy llamado de San Francisco. Estos, fuero acompañados por los frailes Toribio de Benavente Motolonía, Jacobo de Testera, Luis de Fuensalida, Alonso Juárez y Diego de la Cruz.
En 1527 Fray Julián Garcés, nombrado Obispo de Tlaxcala, había fundado ya los conventos de Huejotzingo, Cholula, Tepeaca y Huaquechula, eficazmente ayudado por Fray Toribio de Benavente "Motolinía" y sus 11 compañeros franciscanos. Los 12 apóstoles de la Provincia del Evangelio.

Lamentábase Fray Julián ante el rey Carlos V, de que en su obispado no existía ninguna villa de españoles y apuntaba la idea de que la tal villa traería como resultado un mejor enlace entre las ciudades de México, capital de la Nueva España y el puerto de Veracruz y, por consecuencia, con España (Por aquel tiempo los lugares habitados por españoles se reducían a las misiones, a los establecimientos mineros o "Reales de Minas" y a las guarniciones militares o "Presidios"). Atendiendo a las peticiones del Obispo Garcés y a las de la Segunda Audiencia (de la que formaba parte el
Vasco de Quiroga), doña Isabel de Portugal, Reina Gobernadora de España por ausencia de Carlos V, ordenó mediante una Cédula Real expedida el 18 de Enero de 1531, la búsqueda y el estudio del sitio para la fundación de la nueva "Puebla".

Adelantándose a la llegada de la Cédula correspondiente, ya la 2a. Audiencia había dado algunos pasos en relación con la obra. Se había escogido un punto del valle Poblano-Tlaxcalteca situado entre varias poblaciones de importancia ya, como Cholula, Tlaxcala, Cuauhtinchan, Huaquechula, Tepeaca y Calpan, en las márgenes del río Atoyac, lugar excelente por ser un paso natural en el Altiplano, puerta de entrada a la Mixteca y de unión a la vez entre el Golfo y el Pacífico. El lugar elegido se llamaba Cuetlaxcoapan
(Lugar donde se despellejan culebras), en la ribera oriental del arroyuelo llamado S. Francisco o Almoloya. Fue el 30 de marzo de 1531 cuando los Oidores comunicaron oficialmente haber elegido el sitio y determinado levantar la nueva población, dejando los trabajos iniciales a cargo de Hernando Saavedra de Elgueta, a quien la Audiencia escogió "Por sus cualidades y experiencia, aunque era "encomendero".

Y del papel desempeñado por Elgueta dijeron los Oidores "Él trazó el dicho lugar y edificó el pueblo con sus casas publicas e iglesias y cincuenta casas de vecinos españoles, todo más de madera y algo de ello de adobes, por no darle trabajo a los indios de hacerlo de piedra".

Plano de la Ciudad de Puebla Aunque algunos autores atribuyen "la traza" de la Puebla a "Motolinía", nos parece fehaciente el informe de la Audiencia. Por otra parte, la traza no ofreció mayores dificultades, ya que se utilizó el famoso "Trazado a Damero" (Como un tablero para juego de Damas), procedimiento traído por los españoles y que ya había sido usado en la isla La Española. El caso es que Elgueta fue nombrado Justicia Mayor con el título de Corregidor y presidió el Ayuntamiento de la "Puebla de los Ángeles" hasta 1534, año en que se retiró. El día de la fundación, con la presencia del Obispo Fray Julián Garcés, el Guardián del Convento de Tlaxcala Fray Toribio de Benavente "Motolinía " y del Corregidor Hernando de Elgueta acompañado por 33 vecinos españoles y de algunos vecinos Huejotzinca, Tlaxcalteca y Cholulteca, se procedió a la edificación de las primeras casas, hechas de madera y paja mezclada con barro; pero lluvias abundantes provocaron inundaciones y destruyeron lo construido, por lo que el lugar de la edificación fue trasladado a la ribera occidental del río, que era más alta y segura y tenía la inclinación deseada para un desagüe natural. Inicialmente se delimitaron 50 solares para iglesias y casas y, como ya se dijo, "el trazado urbano y los elementos materiales fueron hechos bajo la dirección personal del Corregidor". "Consta con certeza que otros fundadores fueron Juan de Yépez, Alonso Martín Camacho, Martín Alonso de Mafra, Pedro Gallardo, Juan Gómez de Piedra Parda, Hernán Sánchez, Alfonso González,, Gutiérrez Maldonado, Alvar López, Melchor Gómez, Juan de Vargas, Marina Muñoz Vda. de Prieto y el Corregidor Hernando Elgueta, quien tomó carta de vecindad. . " Después fueron llegando más y más pobladores. El 16 de abril de 1531 fue oficiada la primera misa según refiere "Motolinía", quien además escribió algún tiempo después, que hubo ocasiones en que parecía que la población iba a desaparecer a causa de las inundaciones provocadas por las lluvias torrenciales, la escasez de alimento y otras calamidades… "Después estuvo esta ciudad tan desfavorecida, que estuvo a punto de despoblarse, ahora ha vuelto en sí y es la mejor ciudad que hay en la Nueva España después de México. . .". En agosto de 1531, el Oidor licenciado Juan de Salmerón, solicitó y obtuvo algunos privilegios para la nueva "Puebla". La Corona Española determinó conceder el título de ciudad a la "PUEBLA DE LOS ÁNGELES", concediendo también a sus habitantes el privilegio de no pagar impuestos personales y comerciales durante 30 años. Estos privilegios fueron acordados en Cédula expedida por la Reina Gobernadora en Medina del Campo el 20 de marzo de 1532. Esta Cédula fue recibida con retraso, por lo que Lic. Salmerón la entrego el 25 de febrero de 1533 en una ceremonia solemne. Se dieron a los pobladores tierras a perpetuidad, granos para la siembra y otras ayudas y, así fue el principio de la que es hoy una gran metrópoli. Es de justicia reconocer que el licenciado Salmerón tuvo parte principal en el planeamiento, fundación, crecimiento y desarrollo de esta ciudad de los Ángeles, a la que siguió con gran interés aún cuando ya lejos de México formaba parte del Consejo de Indias.

 
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