En aquel entonces vivían en una suntuosa casa el marqués Don Juan de Ibarra, un hombre mayor de 83 años, con su esposa doña Inés Torroella, una mujer joven que al casarse con el marqués sólo tenía 23 años, y la hija de la pareja, Estrella Ibarra, una joven de gran belleza, que deslumbraba con su encantador y angelical rostro a todos los jóvenes de la capital.
Llegaba abril de 1649, cuando la ciudad se llenaba de fiesta al realizarse la consagración de la catedral, por lo que la joven participaba al igual que todos en los festejos, pero dedicaba un tiempo a rezar su rosario en el templo, sin darse cuenta que un apuesto joven la observaba.
Al mirarlo, el amor nació instantáneamente entre los dos, quienes decidieron seguirse viendo a solas durante un tiempo, a pesar de que la idea era del todo molesta para el marqués, quien le pidió a Estrella se olvidara de Alberto, su gran amor.
Estrella dejó de ver por unos días a su amado, pero al no soportar más esta separación, decidió escapar con Alberto hacia un lugar en despoblado, donde se casaron y vivieron felices, aunque esta alegría poco les duraría.
El marqués sufría en su morada la desdicha de saber que su hija lo había desobedecido y sufría alucinaciones, fiebres constantes y un dolor insoportable. Su mujer lo acompañaba en su cuarto, pero una noche, al dejarlo un momento a solas, el marqués escapó y vagando por toda la ciudad, consiguió averiguar el paradero de su hija.
Caminó y corrió hasta llegar a la puerta donde su Estrella, con el rostro pálido, quedó petrificada al verlo delante de ella. Alberto intentó tranquilizar la ira de su suegro, pero lo único que consiguió fue enfurecerlo más y que éste, lleno de rabia, lo persiguiera hasta el sótano de aquella casa, donde finalmente le clavó un puñal en el cráneo.
Doña Inés llegó momentos después, al saber de la huida de su marido, encontrando la terrible escena: su esposo moribundo, su hija paralizada y enloquecida y Alberto, muerto en el sótano, por lo que decidió llevarse a su hija de vuelta a su hogar, tratando de calmar su terrible dolor.
Una noche, en la memoria de la perturbada mente de Estrella surgió un recuerdo de su amado y de su antiguo hogar, por lo que sin dudarlo, salió corriendo hasta el lugar, donde prendió una vela y bajando hasta el sótano, encontró el cráneo de Alberto, el cual tomó en sus brazos y corrió de nuevo lanzando escalofriantes gritos de dolor, hasta caer muerta, en el umbral de la puerta.
La joven fue hallada al siguiente día, con el cráneo en brazos y desde aquel día, todos los que viven cerca de este sitio, aseguran que por las noches se escuchan los terribles gritos de Estrella que llora por su amor, y se puede ver la calavera de Alberto, brillando en lo profundo de la oscuridad.
FUENTE: connectionpuebla