domingo, 3 de enero de 2010

El rosario de Amozoc - Puebla

Durante el periodo de Virreinato, en el municipio de Amozoc aconteció un hecho que a lo largo de la historia de México ha extrañado y conmocionado a todos quienes han escuchado el relato. En este tranquilo poblado de artesanos y gente trabajadora, vivía Alberto, líder de uno de los gremios más importantes de plateros de la región. Alberto acostumbraba a reunirse frecuentemente con sus vecinos y amigos de Amozoc para celebrar las festividades del pueblo. Sin embargo, la discordia provocada por una mujer llevó a que algunos de sus más allegados compañeros decidieran alejarse de él y formar su propio gremio.
Llegaba la época de las primeras festividades del año y los gremios acostumbraban superar sus diferencias y unirse para compartir los gastos y por unos días, celebrar en conjunto las fiestas, que ya eran toda una tradición en Amozoc. La celebración requería que días antes de la misma, cada gremio dedicara un día entero a los preparativos; que todo fuera incluido y que cada habitante del pueblo fuera informado era lo más importante para Alberto. La alegría en su rostro aumentaba cuando se veía acompañado de Catalina, una joven de gran belleza y esplendor, quien en todo Azomoc era conocida como “La Culata”. La presencia de la joven intimidaba a muchos y molestaba a otros, sobre todo a Enrique, líder del segundo gremio más importante del pueblo.

El coraje que Enrique sentía al ver a La Culata al lado de Alberto provocaba en él los sentimientos más despreciables y continuamente se lamentaba por no haber conseguido el amor de Catalina. Su odio aumentaba cada día más, hasta el grado de que ambos gremios se miraran con desprecio y evitaran a toda costa cruzar siquiera una palabra. La situación era cada vez más insoportable y decidieron hacer sus fiestas por separado, sin que ni unos ni otros intervinieran en los festejos.

Así fue, hasta que las rencillas se hacían cada vez más notables entre los gremios. Preocupados por un posible enfrentamiento, las autoridades religiosas y civiles del pueblo citaron a ambas partes a dialogar y llegar a un acuerdo justo para los grupos de Alberto y Enrique. A pesar del profundo odio que se tenían, decidieron que las próximas festividades las llevarían a cabo en conjunto, sólo por agradecimiento a su Santo Patrono
Llegó el día esperado y todo estaba listo para la fiesta. En la Iglesia se dieron cita todos los miembros de ambos gremios y gente del pueblo. La misa se celebraba con normalidad y daba paso a la letanía; fue cuando el coro comenzó a cantar “Mater Immaculata” en latín, cuando Enrique alcanzó a ver sobre sus hombros, como Catalina besaba con suavidad en la mejilla a Alberto. La ira que se produjo en el corazón de Enrique era cada vez mayor. Entre las estrofas de aquel cántico logró distinguir las palabras “maten a la Culata”, las cuales se confundían con las angelicales voces de los niños.

Sin dudarlo más, Enrique sacó el cuchillo que siempre llevaba consigo y se abalanzó sobre La Culata. Un grito seco y estremecedor se escuchó antes de que el corazón deLa Culata cayó a los pies de Alberto y éste tomó de su cinturón el machete que lo acompañaba en todo momento. Los golpes comenzaron entre ambos bandos, interrumpiendo la celebración. Niños, mujeres y hombres pelearon y muchos de ellos murieron en aquel día de fiesta. Catalina fuera atravesado con aquel frío metal.
La Culata cayó a los pies de Alberto y éste tomó de su cinturón el machete que lo acompañaba en todo momento. Los golpes comenzaron entre ambos bandos, interrumpiendo la celebración. Niños, mujeres y hombres pelearon y muchos de ellos murieron en aquel día de fiesta.


La tragedia dividió al pueblo durante muchos años y a pesar de que las diferencias entre gremios se han olvidado poco a poco, algunos de los plateros de Amozoc aseguran que por las noches, en la Iglesia del poblado se pueden escuchar los gritos de Catalina y un coro celestial que canta “maten a la Culata”.

 
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